Caravaggio: he aquí el hombre

Una exposición única dedicada al artista en Roma redescubre al pintor del claroscuro

Vivió 36 años, nueve meses y veinte días. Y vivió deprisa y como quiso, desafiante, genio entre pinceles y pintura desordenada, como lo fue cada paso que dio. La peste bubónica le arrancó de cuajo a una parte de su familia y, a los 10 años, tenía la única compañía de su sombra. Michelangelo Merisi, que así se llamó Caravaggio, pisó las calles con los pies descalzos y se dejó seducir por pobres, muy pobres diablos y prostitutas a las que otorgó la inmortalidad en sus lienzos tachados de inmorales, lo que le granjeó no pocas broncas eclesiales. Jamás pintó de memoria o trazó un boceto o un apunte. Lo hizo con el modelo delante.

Y el problema, para quienes se convirtió en un permanente dolor de cabeza, era que los elegía de los arrabales, que se los llevaba al estudio por unas monedas cuando estaban tocados por el don de la ebriedad o después de abandonar un camastro apestoso. Modelos que levantaron ampollas, como la mujer que vendía su cuerpo y a la que utilizó como inspiración para el soberbio ‘La muerte de la Virgen’, una fémina como otra cualquiera, con el rostro cansado y el vientre hinchado que quizá pudiera ser Anna Bianchini. ¿No han escrito los expertos que ‘La Madonna di Loreto’ pudo ser Maddalena Antognetti, quizá concubina del pintor?

El pecador Francisco

Fue el ejemplo del hombre moldeado por peleas, refriegas, altercados y trifulcas. Pisó la cárcel y llegó a escapar una vez de los barrotes que separaban de la libertad. El Palacio Barberini de Roma le dedica ahora la que puede considerarse más grande exposición dedicada a su obra (abierta hasta el mes de julio y montada con ocasión del Jubileo 2025), una genuflexión en toda regla hacia uno de los artistas tan odiados como amados, que reúne buena parte de su producción tocada por ese halo de luz tenue, hecha en espacios donde la penumbra es la dueña.

La incredulidad de Santo Tomás de Caravaggio

El maldito ‘caravaggismo‘ que tantos imitadores ha dado a la historia del arte con el tiempo. Cualquier sombra en un cuadro quiere recordar su técnica, esa oscuridad que le marcó toda su vida desde que llegó al mundo. Quizá por eso, el papa Francisco, sabedor de la vida mundana de Merisi, tuviera entre sus obras favoritas la bellísima ‘La vocación de San Mateo’, un cuadro que frecuentaba y visitaba en la iglesia romana de San Luis de los Franceses. “Este soy yo. Un pecador en quien el Señor ha puesto su mirada”, decía.

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